Escalante cruzó a Ratazzi por la flexibilización laboral
El titular del STIA Buenos Aires, Sergio Escalante, cuestionó las declaraciones de Ricardo Ratazzi y defendió el trabajo de calidad en la industria alimentaria. La confrontación expone el modelo productivo en disputa.
La reciente elección en el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación (STIA) Buenos Aires marcó un punto de inflexión. Sergio Escalante, trabajador de fábrica y delegado desde 1999, fue electo secretario general con un apoyo contundente de las trabajadoras y trabajadores del sector. Su llegada a la conducción, tras décadas de liderazgo de Rodolfo Daer, reconfigura el mapa gremial y suma una voz con peso propio en el debate sobre el futuro de la producción alimentaria.
Ese respaldo interno es parte del marco que explica la repercusión de sus palabras. Escalante habla con legitimidad ganada en las plantas, en el trato cotidiano con el personal y en una trayectoria que combina experiencia de base y compromiso gremial.
El cruce que expuso tensiones de fondo
El dirigente protagonizó en los últimos días un fuerte cruce con el empresario Ricardo Ratazzi, luego de que este planteara la necesidad de “más compromiso” y “mayor productividad” de los trabajadores en un contexto de caída del consumo y dificultades macroeconómicas.
La respuesta de Escalante, difundida por Página/12, fue directa: “No les alcanza con tener esclavos”, afirmó, rechazando lo que considera una presión desmedida y una lógica empresarial que degrada las condiciones laborales.
Detrás del impacto de la frase hay un conflicto que trasciende lo personal. El gremio denuncia una tendencia creciente a trasladar los costos de la crisis a los trabajadores mediante ritmos de producción más intensos, flexibilización encubierta y menos derechos en la negociación diaria dentro de las plantas.
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Industria alimentaria: un sector clave bajo presión
La disputa revela una discusión de fondo sobre el modelo productivo. La industria alimentaria, uno de los pilares del empleo formal y de la manufactura argentina, enfrenta una tormenta perfecta: caída del poder adquisitivo, apertura importadora, retracción del mercado interno y presiones para reducir costos laborales.

En ese escenario, dirigentes como Escalante advierten que avanzar hacia esquemas de sobreexplotación “no sólo es injusto, sino ineficiente”. La calidad del empleo, la seguridad alimentaria y la competitividad de la industria dependen —sostiene el gremio— de procesos estables, trabajadores capacitados y condiciones dignas.
El planteo apunta a un problema histórico: cuando el modelo económico se inclina hacia la exportación de materias primas o la importación de productos terminados, la manufactura local pierde terreno. Y con ella, se diluye la capacidad del país para generar valor agregado y empleos calificados.
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El trabajo de calidad como eje de una política industrial
Desde el STIA, la respuesta no se limita a denunciar abusos empresariales. Escalante plantea una visión de conjunto: proteger el trabajo de calidad, fortalecer el mercado interno y apostar a un modelo industrial que priorice la producción nacional por sobre la dependencia externa.
En esa perspectiva, la defensa de mejores condiciones laborales no es sólo una demanda sindical, sino una estrategia de desarrollo. Un trabajador mal pago, sometido a ritmos insostenibles o precarizado, no impulsa mejoras de productividad ni innovación.
Por el contrario, un sector con salarios dignos y mano de obra entrenada puede sostener estándares internacionales, incorporar tecnología y expandirse hacia nuevos segmentos.
Lo que está en juego
El cruce entre Escalante y Ratazzi puso en escena dos concepciones opuestas sobre cómo debe organizarse la industria alimentaria en un contexto de crisis. Para el dirigente gremial, el ajuste por el lado de los trabajadores sólo profundiza la caída del consumo y deteriora la base productiva. Para sectores empresariales, en cambio, la clave está en incrementar la competitividad mediante la reducción de costos.
El debate no es nuevo, pero el recambio en la conducción del STIA le dio más resonancia. Con un secretario general recién electo, legitimado y con respaldo amplio, el gremio parece dispuesto a disputar públicamente el rumbo del sector.
La discusión recién empieza. Y su resultado no sólo definirá las condiciones de trabajo dentro de las fábricas: también marcará qué tipo de industria alimentaria tendrá el país en los próximos años.
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