Milei entrega el control político de Argentina para llegar a las elecciones

Milei se alinea con Trump y entrega soberanía a cambio de respaldo

El vínculo entre Milei y Trump, junto al pedido de reformas de Bessent a Caputo, expone la injerencia de Estados Unidos y la pérdida de soberanía argentina.

 

El encuentro entre Javier Milei y Donald Trump en Estados Unidos no fue una simple muestra de afinidad ideológica. Fue una señal de alineamiento geopolítico que compromete la soberanía argentina en nombre del respaldo internacional. En la capital estadounidense, el presidente argentino buscó un gesto de apoyo político de cara a las elecciones, y a cambio, ofreció un compromiso: profundizar las reformas que exige Washington.

El mismo día del encuentro presidencial, Scott Bessent, secretario del Tesoro de Estados Unidos, mantuvo una reunión con Luis Caputo, ministro de Economía. Según trascendió, el funcionario norteamericano pidió acelerar reformas estructurales en los frentes laboral, previsional y fiscal. El pedido, formulado como una “sugerencia técnica”, representa en realidad una injerencia directa de Estados Unidos sobre la política económica argentina.

Argentina se subordina

Lo que Washington llama “modernización” implica desregular, reducir la intervención del Estado y facilitar la entrada de capitales extranjeros. En ese esquema, Argentina vuelve a ocupar un rol subordinado: proveer materias primas y garantizar estabilidad a los intereses externos. El resultado es una pérdida de capacidad de decisión interna y una economía atada a una sola variable: la voluntad de Washington.

Barry Bennett, el enviado de Donald Trump en Argentina, junto a Santiago Caputo.

Cuando un país depende de un solo actor externo, su equilibrio financiero se convierte en un mecanismo de control. Si Estados Unidos apoya, el sistema se sostiene; si retira su respaldo, el edificio se derrumba. El gobierno argentino apuesta su gobernabilidad a esa dependencia, creyendo que el favor norteamericano bastará para estabilizar el mercado y llegar con aire a los comicios.

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Votar por Argentina

Mientras tanto, desde el peronismo se multiplican las críticas. Cristina Fernández de Kirchner advirtió que el país “no puede considerarse libre si sus decisiones fundamentales dependen de otro Estado”. En su entorno ven la reunión Milei-Trump y el diálogo Bessent-Caputo como parte de una misma operación política: una transferencia de poder económico a cambio de sostén electoral.

Cristina Kirchner advirtió sobre la maniobra de Estados Unidos de cara a las elecciones legislativas.

 

Las consecuencias de esa entrega ya se ven: nuevas presiones para abrir el comercio sin protección industrial, flexibilizar derechos laborales y avanzar con privatizaciones en sectores estratégicos como energía, litio y transporte. Lo que se presenta como inversión extranjera directa es, en los hechos, una cesión progresiva de soberanía.

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La injerencia de Estados Unidos

Para los sectores críticos, el abrazo entre Milei y Trump resume la nueva dependencia argentina: un gobierno que busca legitimidad en el exterior mientras ajusta puertas adentro. La injerencia de Estados Unidos no se disfraza más de cooperación; actúa como un poder tutelar que marca el ritmo y define la agenda.

De cara a las elecciones, el dilema argentino vuelve a repetirse: estabilidad a cambio de autonomía o soberanía con incertidumbre. En el centro de esa tensión, el gobierno apuesta por el primero, convencido de que el respaldo del norte puede comprar tiempo. Pero la historia muestra que cada vez que Argentina cedió su independencia, el costo fue mucho mayor que cualquier crédito.

El desafío que viene es político, económico y simbólico: resistir la tentación de entregar la soberanía a cambio de un respiro. Porque un país puede endeudarse, puede tropezar, puede reinventarse; pero cuando renuncia a decidir por sí mismo, pierde la esencia que lo hace nación.

El desembarco de Bennett de los enviados de Trump

La llegada a Buenos Aires del consultor republicano Barry Bennett, figura clave del trumpismo y viejo operador de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), confirmó que la injerencia de Estados Unidos en la política argentina ya no es sólo económica: también es estratégica y directa. Bennett actúa como un enviado de Donald Trump, pero también como socio de Santiago Caputo, el asesor todoterreno de Javier Milei que intenta recuperar influencia en la conducción política del gobierno.

En paralelo, Scott Bessent, funcionario del Tesoro norteamericano, mantiene bajo su órbita el diálogo económico con Luis “Toto” Caputo. El esquema es nítido: Washington controla el tablero financiero mientras Bennett opera el frente político interno. Dos líneas de intervención que avanzan en simultáneo, bajo el relato de “estabilidad y reformas”, pero con la clara intención de condicionar el rumbo argentino.

Desde hace días, Bennett se mueve con soltura por despachos, cafés y residencias oficiales. Su misión —según admiten fuentes del oficialismo— es construir el “consenso político” que la Casa Blanca le reclamó a Milei para sostener su gobierno. Traducido: garantizar apoyo legislativo y provincial a las reformas que Estados Unidos considera indispensables para liberar nuevas inversiones. Reformas que no surgen de la voluntad del Congreso argentino, sino de los intereses del Departamento del Tesoro.

Los especualadores de siempre

El periodista Carlos Pagni reveló que Bennett mantuvo reuniones con Rodrigo De Loredo, Miguel Pichetto y Cristian Ritondo, a quienes pidió respaldo explícito para las reformas laboral y tributaria. El argumento fue que sin esos cambios “las empresas estadounidenses no invertirán”. Lo que omite esa ecuación es que los tres bloques representados en esa mesa perderán peso parlamentario en diciembre, lo que deja en evidencia que el “consenso” promovido por Washington se apoya en una base debilitada y coyuntural.

No se limitó al Congreso. Bennett también se reunió con los gobernadores de Provincias Unidas, a quienes solicitó sostén político para el Ejecutivo. El primer gesto de esos mandatarios fue frenar una sesión clave del Senado, en la que el peronismo buscaba bloquear la venta de la empresa estatal de energía nuclear. La decisión se interpretó como una respuesta directa al pedido del enviado de Trump: un guiño para mostrar obediencia y garantizar la continuidad del vínculo bilateral.

La operación también reordenó la interna libertaria. Santiago Caputo aprovechó la presencia de Bennett para reposicionarse dentro del gobierno y disputar poder frente a otros espacios. Su estrategia fue tender puentes con sectores del radicalismo y con algunos gobernadores que habían tomado distancia del oficialismo, presentándose como el articulador de una nueva etapa “dialoguista”. El objetivo inmediato: frenar la reforma de los DNU impulsada por el peronismo y recuperar centralidad política.

A la medida de Estados Unidos

Ese movimiento lo enfrentó con Guillermo Francos, Nicolás Posse y los sectores vinculados a los hermanos Menem, quienes perciben que Santiago y su entorno buscan controlar la línea política y la comunicación del gobierno. Las versiones sobre un eventual cargo oficial para Caputo —incluso la posibilidad de que asuma la Jefatura de Gabinete— fueron parte de esa maniobra. Filtradas por su propio equipo, buscaban mostrar compromiso con el “nuevo orden interno” que promueve Bennett y que cuenta con la bendición de Washington.

Sin embargo, el equilibrio sigue siendo frágil. Desde el entorno de Karina Milei se deja trascender que, una vez pasadas las elecciones, Caputo será desplazado. En esa puja subterránea se juega el verdadero poder del gobierno: el control de la mesa política y de la relación con Estados Unidos. Mientras tanto, la figura de Bennett sigue expandiéndose, vinculada incluso a nombres polémicos como Leonardo Scatturice, empresario de trayectoria opaca, lo que refuerza el carácter sombrío del entramado.

En ese contexto, la “injerencia de Estados Unidos” adquiere una forma nueva: ya no llega sólo desde el FMI o el Tesoro, sino encarnada en consultores que actúan dentro del propio gobierno argentino. El discurso de las reformas y la estabilidad se mezcla con la estrategia electoral y la interna palaciega. Argentina vuelve a ser un tablero donde los intereses externos definen movimientos y los actores locales se disputan quién será su vocero.

La escena política se llena de operadores extranjeros, filtraciones cruzadas y gestos de obediencia. La dependencia económica se transforma en dependencia política, y la soberanía se diluye entre reuniones discretas, promesas de inversión y la ilusión de que la tutela norteamericana puede garantizar gobernabilidad. En los hechos, el desembarco de Bennett no sólo expone la fragilidad del gobierno: revela hasta qué punto la Casa Blanca ya gobierna en Buenos Aires.

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