La Suipachense, símbolo en crisis y espejo de los 90


La Suipachense, símbolo en crisis y espejo de los 90

Producción en mínimos, sueldos impagos y autogestión obrera marcan el ocaso de la histórica láctea La Suipachense. El escenario recuerda al colapso neoliberal.

 

La histórica láctea La Suipachense, con más de siete décadas de actividad y ubicada en el corazón de la provincia de Buenos Aires, atraviesa una crisis que amenaza con su cierre definitivo. La producción cayó a niveles mínimos, los salarios están atrasados y los trabajadores, organizados en torno a ATILRA, asumieron el control de la planta para evitar el apagón total. El conflicto no solo refleja la debacle de una empresa, sino que desnuda un panorama económico más amplio que recuerda a los años 90: desindustrialización, ajuste permanente, especulación financiera y desinterés oficial por los sectores populares.


Producción mínima y salarios en rojo

La planta de La Suipachense llegó a procesar 250.000 litros diarios en sus mejores momentos, pero hoy apenas supera los 40.000. De los 180 tambos que abastecían a la firma, solo 40 continúan entregando leche, la mayoría con pagos retrasados.

La Suipachense emplea a 140 personas y 70 años e historia

 

El atraso salarial se suma a un rojo financiero que ya acumula 300 cheques rechazados por más de $2.765 millones. El panorama es de colapso: la empresa necesita $3.000 millones al mes para funcionar, pero solo factura $500 millones.

Ante la inacción empresaria y la amenaza de cortes de luz y gas, los 140 trabajadores decidieron sostener la producción bajo un esquema de autogestión. La medida busca garantizar salarios y preservar la fuente laboral, aunque la conducción empresaria —ligada al grupo venezolano Maralac— denunció una “toma forzada”. Mientras tanto, en Suipacha crece la alarma por el impacto económico que significaría la pérdida del principal motor productivo local.

El eco de los años 90

La situación de La Suipachense remite inevitablemente a la crisis del modelo neoliberal de los 90, caracterizado por privatizaciones, apertura indiscriminada de importaciones y endeudamiento externo. Aquel esquema produjo cierres masivos de industrias, pérdida de empleo, empobrecimiento social y culminó en el estallido de 2001. El presente muestra similitudes inquietantes: empresas históricas al borde del colapso, caída del consumo, concentración económica y políticas que privilegian la especulación financiera sobre la producción.

La crisis de la Suipachense pone al descubierto el impacto de las políticas económicas del Gobierno.

 

Al drama productivo se suma un contexto político cargado de denuncias de corrupción y desvío de recursos públicos, que agrava el malestar social. La proliferación de operaciones financieras a corto plazo y la falta de políticas de estímulo a la industria generan un escenario en el que las comunidades quedan libradas a su suerte. La Suipachense, símbolo de arraigo territorial y esfuerzo productivo, hoy enfrenta el abandono estatal y la indiferencia empresaria, mientras se privilegia la renta financiera y se profundizan los desequilibrios sociales.

Milei, Caputo y el retorno del viejo modelo

La crisis de La Suipachense no es un hecho aislado, sino una consecuencia directa del modelo económico impulsado por Javier Milei y su gabinete, encabezado por el ministro de Economía Luis “Toto” Caputo. Las recetas aplicadas —ajuste fiscal extremo, liberalización indiscriminada, desregulación financiera y recorte de subsidios— no solo profundizan la recesión, sino que golpean de lleno a la industria alimenticia y a las pymes del interior. La reedición de los lineamientos neoliberales de los 90 conduce a un mismo desenlace: caída de la producción, pérdida de empleo y concentración económica en pocas manos.

El Gobierno repite el libreto que ya fracasó, priorizando la especulación financiera sobre el trabajo y el desarrollo productivo. Si no se produce un cambio de rumbo, el desenlace puede ser similar al de aquel ciclo que terminó en el colapso de 2001. La responsabilidad política es clara: las decisiones de Milei y Caputo están dejando a comunidades enteras, como la de Suipacha, al borde del abismo.

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