Industria en alerta: caída del consumo y despidos en alimentos
Lácteos Verónica planea despidos por la caída del consumo mientras cada vez más argentinos viajan al exterior. El modelo de Milei acrecienta la desigualdad y siembre dudas sobre la sostenibilidad del plan económico. Industria en crisis e importaciones desatadas oscurecen el panorama socioeconómico.
La economía argentina atraviesa una etapa de contrastes marcados. Mientras algunos sectores vinculados al capital financiero y los recursos naturales experimentan un repunte, la industria manufacturera, y en particular el sector alimenticio, se ve envuelto en una crisis cada vez más profunda. Este crecimiento heterogéneo, lejos de consolidar una recuperación integral, profundiza la fragmentación productiva y territorial.
En los últimos meses se han registrado signos de actividad económica positiva en rubros como el turismo de alto poder adquisitivo, la energía y las exportaciones del agro. Pero esos “brotes verdes” conviven con una retracción significativa del consumo interno, que golpea de lleno a la producción local de bienes básicos. La caída sostenida en la demanda de alimentos se traduce en un fenómeno preocupante: empresas con capacidad ociosa que producen más de lo que venden, y que empiezan a ajustar su estructura recortando personal.
La paradoja alimentaria: se produce más, pero se consume menos
En el corazón del sector alimenticio se vive una contradicción cada vez más evidente. Algunas ramas, como la lechería, logran mejorar sus niveles de producción después de meses de estancamiento. Sin embargo, el consumo interno continúa cayendo, afectado por una combinación de inflación acumulada, salarios licuados y pérdida del poder adquisitivo.
El resultado es un modelo de “crecimiento sin mercado”, donde las fábricas producen por debajo de su capacidad, acumulan stock, y terminan optando por estrategias defensivas: congelamiento de inversiones, retiros voluntarios, suspensiones y despidos. En paralelo, las góndolas exhiben precios apenas más estables, pero inaccesibles para buena parte de la población, lo que refuerza el círculo vicioso.
Un modelo que ajusta sobre la industria
Las políticas de desregulación, apertura comercial y contracción fiscal muestran un impacto desigual. Por un lado, favorecen a sectores con fuerte inserción externa y bajo componente laboral. Por otro, dejan a la intemperie a las pequeñas y medianas industrias que dependen del mercado interno. En este marco, la industria nacional pierde terreno frente a la competencia importada, mientras se debilitan los mecanismos de defensa productiva.

Los datos ya muestran cierres de fábricas, destrucción de empleo formal y retracción de la inversión privada en segmentos como alimentos, textiles, calzado, envases y metalmecánica. La promesa de eficiencia y competitividad, sin herramientas de transición, ha generado un shock recesivo con consecuencias visibles: menos producción local, más desempleo, más informalidad.
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Incertidumbre estructural: las dudas del mercado
A pesar del entusiasmo inicial de los inversores por la disciplina fiscal y la reducción de la inflación mensual, las advertencias sobre la fragilidad del programa económico empiezan a ser cada vez más frecuentes incluso desde el propio mundo financiero. Se señala que el “ancla” basada en la recesión, la licuación de salarios y jubilaciones, y la postergación del gasto social, tiene límites políticos y sociales que podrían tensionarse en el corto plazo.

Además, los analistas alertan que sin una reactivación real del crédito, de la inversión privada productiva y del consumo, el esquema actual podría derivar en una estabilización estéril o, peor aún, en una crisis por agotamiento del ajuste. En ese marco, se destaca que el superávit fiscal primario alcanzado en el primer semestre no garantiza sostenibilidad si no se consolida un sendero de crecimiento genuino.
Pronósticos en disputa
El Gobierno apuesta a que en los próximos trimestres comenzará una recuperación sostenida, de la mano del campo, la energía y el turismo. Pero hay serias dudas sobre si ese rebote alcanzará para compensar la parálisis del entramado industrial y comercial urbano. Se estima que, incluso en un escenario optimista, la industria recién comenzaría a mostrar signos de reactivación hacia fines de 2025, y solo en los sectores más integrados al comercio exterior.

Mientras tanto, las empresas alimenticias seguirán enfrentando un doble desafío: costos crecientes en dólares, caída de ventas en el mercado local y márgenes cada vez más estrechos. Sin medidas activas para estimular la demanda, sostener el empleo y proteger la producción nacional, el riesgo es consolidar un modelo excluyente, con una economía a dos velocidades: una que despega hacia los mercados globales, y otra que se hunde en la recesión cotidiana.
Conclusión: la necesidad de una salida productiva
La situación actual interpela no solo a las empresas y a los sindicatos, sino también al propio modelo económico. La estabilidad fiscal y la baja de la inflación no pueden ser los únicos objetivos de un plan que pretenda ser viable a largo plazo. Sin crecimiento inclusivo, sin industria fuerte, sin mercado interno robusto, el “milagro argentino” corre el riesgo de ser apenas una fantasía de planillas de Excel.
El futuro del sector alimenticio —y de buena parte del aparato productivo nacional— depende de decisiones estratégicas que reconozcan que no hay desarrollo posible sin empleo, sin salario, y sin producción con valor agregado.
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